Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. – Isaías 9:6
En un mismo versículo Jesús es llamado, niño, hijo, Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, y Príncipe de Paz. ¡Con razón los ángeles se regocijaron en su nacimiento!
“Príncipe de Paz”. Alguien ha dicho que nuestro problema es que queremos tener paz, sin el Príncipe. Queremos todo lo que sus otros nombres traen, pero no queremos que él nos gobierne.
Si esto es así, entonces nunca tendremos paz, pues la guerra que existe dentro del corazón y el alma humana nunca dejará de existir. Por causa de nuestra naturaleza pecaminosa, siempre queremos hacer y resolver las cosas por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos, como si fuéramos capaces de hacerlo, y hacerlo bien.
Pero en Jesucristo Dios nos propone un camino mejor. El milagro de la primera Navidad permite que nuestro corazón pueda descansar tranquilamente en el pesebre. Por medio de Jesús nuestro existir, hasta en lo más íntimo del corazón, puede descansar en paz.
El apóstol San Pablo afirma: “Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo” (Efesios 2:13).
Por nuestros propios esfuerzos no podemos acercarnos al pesebre, pero hemos sido acercados por el perdón que la sangre derramada en la cruz nos trajo.
Jesucristo es el príncipe sobre el pecado, la muerte y las tinieblas. Él es nuestra paz, y está dispuesto a acercar a todos a su reino, a través de un pesebre, una cruz, y una tumba vacía.
ORACIÓN: Príncipe de Paz, guárdame cerca de ti para que mi corazón pueda descansar en tu paz. Amén.
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