Y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno… Isaías 9:6
En el encuentro con el Jesús Admirable, nuestra vida se llena de su esplendor. En el encuentro con el Jesús Consejero, la confusión de la vida se disipa. En el encuentro con Jesús, el Dios Fuerte, tenemos asegurada nuestra victoria sobre el pecado y la muerte. En el encuentro con Jesús, el Padre Eterno, estamos ante la presencia del Dios Trino que habita entre nosotros.
No debemos leer esto muy rápido, porque los nombres de Jesús expresan una verdad que muchos pensadores creyeron imposible. Los grandes filósofos dijeron: “El hombre y Dios nunca se encontrarán”, porque creían que Dios estaba “más allá de todas las cosas”.
Sin embargo para nosotros, los cristianos, tales expresiones filosóficas simplemente no son verdaderas. Porque cuando uno conoce a Jesús, ve y entiende el corazón del Padre. Cuando leemos y meditamos en las palabras del primer capítulo del Evangelio de Juan, Jesús nos enseña claramente quién es Dios, nuestro amado Padre Celestial (Juan 1:18). Y gracias a la obra redentora de Jesús, tenemos paz para con Dios (Romanos 5:1-2). ¿Qué otra religión en el mundo conoce al Todopoderoso, creador del cielo y la tierra?
Esto no quiere decir que Jesús es el Padre. El Credo de Atanasio declara: “Así que hay un sólo Padre, no tres Padres”. Pero en Jesús podemos ver el amor y la gloria del Padre. “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad; y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre” (Juan 1:14). Como es el Padre así es el Hijo, generoso y verdadero. Y nosotros somos sus hijas e hijos amados.
ORACIÓN: Padre, revélame tu corazón de amor eterno por medio de tu Hijo Jesús. Amén.
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