Esto es mi cuerpo, que por ustedes es entregado; hagan esto en memoria de mí. – Lucas 22:19 (7-22)

La Pascua era una fiesta que las familias israelitas celebraban cada año. El menor de todos en la familia debía preguntar: “¿Por qué hacemos esta comida?”, y el padre en la familia relataba la historia del éxodo, enfatizando el poder liberador de Dios.

Cuando Jesús se reunió con sus discípulos para celebrar la Pascua por última vez, les dijo: <i>He tenido muchísimos deseos de comer esta Pascua con ustedes antes de padecer, pues les digo que no volveré a comerla hasta que tenga su pleno cumplimiento en el reino de Dios”</i>(Lucas 22:15-16). Pienso que Jesús aprovechó la Pascua para escuchar nuevamente la historia del gran poder liberador de Dios. Él sabía que ahora el cordero que Dios usaría para liberar a sus hijos era él mismo. Jesús entregaría su vida para que su pueblo pudiera ser liberado para siempre. Con esto en mente, le dio un nuevo significado a la Pascua instituyendo la Santa Cena, donde él mismo se ofrece y por medio de la cual nos quiere recordar continuamente su poder liberador mediante el perdón de los pecados. Qué lindo que también nosotros podamos decir cada domingo: “Tengo muchos deseos de comer la Santa Cena con ustedes (nuestros hermanos).”

Cada vez que comemos el cordero pascual en la Santa Cena somos liberados de nuestros pecados, del temor a la muerte y al infierno, y animados a vivir en la esperanza de celebrar la Santa Comunión en su plenitud cuando arribemos a la tierra prometida celestial. ¡Qué gran fiesta nos está preparando Dios! ¡Qué gran fiesta nos dejó Dios ahora aquí, para que recibamos su gracia y su fortaleza!

Gracias, Padre, porque entregaste a Jesús para ser el cordero pascual que dio su vida por nosotros. Bendice nuestra participación en la Santa Cena. Amén.

Rev. Dr. Héctor Hoppe

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