Y se llamará su nombre… Consejero… Isaías 9:6 RVR1960
En cada Navidad celebramos el acontecimiento más grande que el mundo ha conocido: el nacimiento del Hijo de Dios, el Consejero prometido, el Salvador del mundo.
María, la madre de Jesús exclamó: “Engrandece mi alma al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador” (Lucas 1:46-47). Su parienta Elisabet celebró diciendo: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre… Bienaventurada la que creyó, porque se cumplirá lo que le fue dicho de parte del Señor” (Lucas 1:42-45). Grande y maravillosa la noticia de la obra de Dios a favor nuestro: La Palabra de Dios se hace hombre, Dios habla a través de su Hijo, conocemos su voluntad y confiamos en él. Sí, nace el Consejero.
Años más tarde, un seguidor de Jesús declaró: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6:68). Hablando acerca de sí mismo, Jesús dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14:6). La realidad es que él es el Consejero.
Hay veces en que nuestros corazones se confunden: necesitamos la verdad y la paz que viene de Dios. El profeta advierte: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas” (Jeremías 17:9). Sin duda necesitamos escuchar las palabras sabias del Consejero para despejar las dudas y restablecer la paz que solamente él puede darnos. Y cuando nos equivocamos tenemos que admitir, como lo hizo el apóstol Pablo: “Lo que hago no lo entiendo, pues no hago lo que quiero, sino lo que detesto, eso hago” (Romanos 7:15).
De Cristo recibimos palabras de perdón y esperanza. Él es el consejo y consuelo para nuestra vida. Él conoce nuestros corazones. Por lo tanto, podemos sentirnos seguros delante de Dios, pues si nuestro corazón nos acusa de algo: “Mayor que nuestro corazón es Dios, y Él sabe todas las cosas” (1 Juan 3:20).
ORACIÓN: Jesús, gracias por ser mi Consejero. Guía mi camino en tu verdad. Amén.
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