Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo. Efesios 1:3
Al llegar al último día del calendario, es bueno que miremos hacia atrás para repasar lo vivido y así reconocer cómo y cuándo estuvo la mano de Dios guiándonos y guardándonos. Así podremos sonreír con júbilo, y decir: ¡Bendito sea Dios!
Una de las profecías sobre el nacimiento del Mesías la encontramos en el libro de Isaías: “Por eso, el Señor mismo les dará una señal: la joven concebirá y dará a luz un hijo, y lo llamará Emanuel” (Isaías 7:14). El nombre Emanuel significa: ‘Dios con nosotros’.
No podemos negar que Dios estuvo con nosotros en el año que termina. Él envió “la lluvia y el sol” para que la tierra diera fruto, y nos preservó la vida. Muchas son las razones que cada uno de nosotros tiene para decir: ¡Bendito sea Dios!
Pero la bendición más grande que hemos recibido es creer, enseñar y confesar que Dios Padre envió a Jesús para ofrecer su vida santa y justa a cambio de la nuestra pecaminosa y desobediente. Todas las bendiciones que tenemos, y que recibiremos, nacen en el corazón del Padre… pero todas están conectadas a Jesucristo y su obra salvadora.
El acto de amor sublime que comenzó en Belén continuó hasta el Calvario. Cada gota de sangre de Jesús fue derramada para el perdón de nuestros pecados y nuestra salvación. Por Cristo, por la sola gracia, somos herederos del reino de Dios.
ORACIÓN: Padre celestial, con alegría te alabo y con gratitud reconozco que tú perdonaste mis pecados y sanaste mi alma. Ayúdame a contagiar a todos los que me rodean con el gozo de tu salvación. Amén.
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