La convivencia con otras personas no siempre resulta fácil. Puede ser tu equipo de trabajo, tus compañeros de estudio y hasta incluso tu propia familia.
El carácter de la gente, sus experiencias previas, sus reacciones, su conocimiento o la falta de éste y muchas otras cosas, hacen que todos tengamos aspectos de nuestro carácter, que hacen complicada nuestra relación con los demás.
A veces, nos enfocamos tanto en nuestros defectos que olvidamos las cualidades que Dios nos ha dado. Y cuando pensamos que las cosas ya son insostenibles a veces optamos por la salida más fácil, la de auto-excluirnos o, en todo caso, la de hacer a un lado a esas personas que nos exasperan. Esto me recuerda una historia que transcurría en una carpintería. Cuentan que hubo una extraña asamblea, las herramientas se habían reunido para arreglar sus diferencias.
El martillo ejerció la presidencia, pero inmediatamente la asamblea le notificó que debía renunciar porque hacía demasiado ruido y todo el tiempo se la pasaba golpeando.
El martillo aceptó su culpa, pero pidió que también fuera expulsado el tornillo; dijo que había que darle muchas vueltas para que sirviera de algo.
Al sentirse atacado, el tornillo aceptó también, pero a su vez pidió la expulsión de la lija. Hizo ver que era muy áspera en su trato y siempre tenía fricciones con los demás.
Y la lija dijo, estoy de acuerdo, pero con la condición de que también expulsen al metro que siempre se la pasa midiendo a los demás según sus propios parámetros, como si fuera el único perfecto.
En ese momento entró el carpintero, se puso el delantal e inició su trabajo. Utilizó el martillo, la lija, el metro y el tornillo. Finalmente, la tosca madera inicial se convirtió en un lindo y valioso juego de ajedrez.
Al marcharse el carpintero, la asamblea reanudó la deliberación. Fue entonces cuando tomó la palabra el serrucho, y dijo: “Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero aún con ellos, el carpintero trabaja con nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos. Así que no pensemos ya en nuestros puntos malos y concentrémonos en la utilidad de los buenos”.
La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, el tornillo unía y daba fuerza, la lija era especial para afinar y limar asperezas y observaron que el metro era preciso y exacto.
Entonces y por primera vez, se sintieron un equipo capaz de trabajar juntos, orgullosos de sus fortalezas para producir y hacer cosas de calidad.
Dios, al igual que el carpintero, usa nuestras cualidades y nuestros talentos para seguir haciendo su obra, para cumplir el propósito que tiene con nuestras vidas. Él sabe de nuestros defectos pero mientras nos va transformando día a día, trabaja con lo mejor que tenemos.
Que cada uno de nosotros pueda aportar lo mejor que tenemos para cumplir el propósito que Dios tiene con nuestras vidas.
“Así como nuestro cuerpo tiene muchas partes y cada parte tiene una función específica, el cuerpo de Cristo también. Nosotros somos las diversas partes de un solo cuerpo y nos pertenecemos unos a otros. Dios, en su gracia, nos ha dado dones diferentes para hacer bien determinadas cosas…” Romanos 12: 4-6 (NTV)
Ana María Frege Issa
Coordinadora Call Center
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