1 PEDRO 2.2, 3
¿Ha visto usted alguna vez a un bebé tomarse un biberón? La hambrienta criatura lo agarra firmemente y hace suaves ruiditos de satisfacción. Disfruta a fondo su alimento. Pero llega el momento en que la leche ya no es suficiente para saciar el apetito del bebé. Allí es cuando se abre todo un mundo de posibilidades culinarias.
Al comparar a los nuevos creyentes con los bebés, Pedro dijo que ellos desean la leche no adulterada de la Palabra (cf. v. 2). Usted no alimentaría a un recién nacido con un bistec y espinaca, ¿verdad? Pues bien, los bebés espirituales deben consumir poco a poco las verdades bíblicas. Entonces, como un niño que crece rápidamente, se deleitarán con los pasajes de la Biblia, ingiriendo gradualmente principios y temas más sustanciosos.
Los creyentes no son dejados solos para que se las arreglen por sí solos tratando de comprender las Sagradas Escrituras, de la misma manera que no se espera que los bebés consigan su alimento. El Espíritu Santo, que mora en los seguidores del Señor, aclara el significado de la Palabra para quienes buscan comprenderla. Además, según Efesios 4.11-16, Dios ha dado a la iglesia pastores y maestros, con la responsabilidad de equipar a los cristianos para el servicio (v. 12). Estos líderes instruyen, clarifican y motivan a tener fe, y a cumplir con el propósito de la iglesia de alcanzar a los perdidos.
La Palabra de Dios es un festín para nuestro corazón, mente y espíritu. Es una mesa de banquete donde no resulta imposible comer demasiado. De hecho, el consejo que muchos padres dan a sus hijos en la mesa se aplica también a la vida cristiana: “¡Come! El alimento bíblico te hará crecer fuerte”.
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