¡Por Dios, yo soy igual que tú! ¡También yo fui formado del barro! – Job 33:6

 

“Todas las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. Así comienza el primer artículo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos del 10 de diciembre de 1948. Todos somos iguales y tenemos los mismos derechos. ¿Tú crees en eso? Ese es el ideal, el sueño, pero no la realidad. Por eso esta Declaración fue proclamada y adoptada por la ONU.

 

Pero decenas de años después de su aprobación nuestros derechos siguen sin ser respetados, y nosotros mismos no respetamos los derechos de nuestro prójimo. ¿Cuál es la solución? ¿Más leyes, más declaraciones? ¡No! La única solución es el amor. La prueba de que esto es verdad viene del mismo Dios. Él resolvió nuestro mayor problema con amor: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna.” – (Juan 3:16)

 

ORACIÓN: Ayúdame Señor, a hacer de este mundo un lugar más justo. Ayúdame a respetar los derechos de mi prójimo, para que la justicia, la fraternidad y el amor prevalezcan sobre el egoísmo y la injusticia. En el nombre de Jesús, mi Salvador. Amén.

 

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