En un lapso de tres días, los seguidores de Cristo pasaron de una tristeza desgarradora a un jubiloso triunfo. La cruz había gritado: “Es el fin”, haciéndolos sentir desesperados e indefensos. Pero la resurrección pregonó: “Es el comienzo”, trayendo confianza y fortaleza. La nube de duda y desesperación que los había envuelto se desvaneció, y fue sustituida por una fe inquebrantable.
Cuando los discípulos se dieron cuenta de que Cristo había resucitado, su esperanza cobró vida; ahora todo lo que Él había dicho se hizo realidad. No habían creído una mentira. Su victoria sobre la muerte fue la prueba de fuego que selló para siempre su firme convicción de que Él era el Mesías.
Conmemoramos la muerte de Cristo en la cruz con solemnidad, y la resurrección con alabanza y canto. Todas las bendiciones de la cruz del Salvador son confirmadas por la resurrección. Ésta demostró que el Padre quedó satisfecho con el pago que hizo el Hijo de nuestros pecados. Ahora podemos saber que nuestros pecados son perdonados, y que estamos eternalmente seguros.
Además, Jesús promete que nosotros también seremos resucitados, y que recibiremos cuerpos nuevos. La muerte física no pudo retenerlo, ni tampoco triunfará sobre nosotros. Como resultado de que Él venció la tumba, nosotros tenemos la misma clase de vida que Él tiene: eterna e indestructible.
Como cristianos, podemos celebrar el Día de Resurrección con gran regocijo. Gracias a este acontecimiento, nuestras vidas han cambiado para siempre. Hemos sido transformados y hemos recibido una vida nueva. Con fe inquebrantable, confiamos en la Biblia, porque el poder de Cristo sobre la tumba demuestra que Él puede cumplir, y cumplirá cada palabra.
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