De la Palabra de Dios: “Es el Señor quien provee el sol para alumbrar el día y la luna y las estrellas para alumbrar la noche, y agita el mar y hace olas rugientes. Su nombre es el Señor de los Ejércitos Celestiales” (Jeremías 31:35, NTV).
Cambios. Esa palabra no nos gusta mucho. Preferimos lo predecible, lo conocido, aquello en lo que ya nos sentimos cómodos. Por eso cuando mi esposo me habló de que venían “cambios” en su trabajo, lo primero que sentí fue esa sensación incómoda, un pequeño vuelco en el corazón tal vez…el temor al cambio.
¿Qué será? ¿Será para bien… o no? ¿Cambios buenos, malos, neutros? ¿Cómo afectarán nuestra rutina, lo ya establecido? ¿Serán inmediatos? ¿Los podemos evitar?
Pero, ¿cuál es el verdadero problema con los cambios? Esta es la respuesta que Dios me ha mostrado: que no tenemos control sobre ellos. Piénsalo. Un cambio en la salud. Un cambio en el trabajo. Un cambio en la economía. Un cambio en los sentimientos de otra persona hacia ti. Un cambio en la situación política del país. Y no hay nada que podamos hacer. Ese es el problema con los cambios.
Me doy cuenta de que a Dios le gusta traer cambios. Así como el agua estancada comienza a apestar y carece de atractivo, lo mismo sucede cuando nuestras vidas se estancan porque están demasiado cómodas en el reino de lo conocido y familiar. Y llegamos a pensar que tenemos el control de todo y que nada lo puede alterar. Entonces, ¡pum!, un cambio. Algo así como el despertar de un sueño a una realidad que no nos gusta, porque el sueño era mucho mejor.
Es que Dios está tratando o de captar nuestra atención o de hacernos mejores para su gloria, y tiene que mover el agua.
El otro día leí esta frase, desconozco la fuente: Paz no es ausencia de conflictos sino la presencia de Jesús. Queremos una vida de “paz”, sin cambios ni trastornos, pero esa no es la verdadera paz. La verdadera paz es cuando Jesús inunda con su presencia hasta los más arduos conflictos. Es cuando en medio de los cambios, sin posibilidad ninguna de tener control, dejamos que Dios agite nuestras aguas y nos arrastre en su corriente.
Tal vez hoy estás viviendo un cambio y estás resentida. O lo ves venir y estás tratando de huir o de evitarlo a toda costa. A lo mejor, por el contrario, estás disfrutando tranquila del agua estancada. Contenta de que nada venga a alterar el “orden”. Yo te entiendo. A mí también me gusta así. Pero, ¿sabes algo? Dios quiere mujeres valientes, que dejen que él remueva sus aguas y traiga cambios.
Cuando huimos, evitamos o resentimos el cambio, nos perdemos la acción de Dios en nuestra vida.
Jesús es el agua viva. El agua viva no es un agua estancada. Al contrario, es un agua que brota y brota sin parar; agua que refresca y limpia. La acción de Cristo en ti y en mí traerá cambios. Estos tendrán diferentes formas, tamaños y colores porque Dios trata con cada persona de manera diferente.
Tú y yo podemos decirle que sí y él sacará lo mejor de esos cambios porque lo ha prometido: “sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito” (Romanos 8:28, NVI). ¿Lo creemos? Entonces, seamos valientes, dejemos que su mano agite nuestras aguas.
Bendiciones,
Wendy
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