Filipenses 1.12-18
Pablo escribió su carta a los filipenses mientras cumplía arresto domiciliario. El apóstol podía recibir visitas, pero no viajar. A pesar de que vivía en una casa, es muy probable que estuviera encadenado a un soldado romano las 24 horas del día. Además, porque sabía que un juicio podía demorar años, estas eran sus condiciones de vida para el futuro previsible, tal vez por el resto de su vida.
Bajo tales circunstancias, Pablo pudo haber tenido la tentación de clamar al cielo por su libertad. Después de todo, Dios lo había llamado a predicar, discipular a los creyentes, y alcanzar a los gentiles. Pero estaba atrapado en Roma, sin poder plantar nuevas iglesias o visitar a aquellos a los que dirigía sus cartas. Aparte de ser injusto, su arresto le impedía desempeñar su importante trabajo.
Si alguien tenía derecho a quejarse, ése era, sin duda, Pablo, quien había sufrido persecuciones, naufragios y palizas por el evangelio. Pero jamás lo hizo. Su carta a la iglesia en Filipos está llena de gozo, porque el enfocarse en Dios le permitía vivir por encima de sus circunstancias (Fil 4.8).
Cuanto más hablemos y más nos quejemos de una situación, peor se verá, hasta que el problema se vuelva más grande que nuestra fe. Y a la inversa, llevar los problemas directamente a Dios mantiene a las cosas en perspectiva. El Señor es más grande que cualquier dificultad. Por su poder, nos elevamos por encima de la dificultad.
Dios nos invita a vivir por encima de nuestras circunstancias, fijando nuestra mirada en Él. Las pruebas de esta vida se hacen pequeñas en comparación con nuestro misericordioso y poderoso Señor, quien ejerce su poder en defensa de su pueblo.
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