De la Palabra de Dios: “Las muchas aguas no pueden apagar el amor, ni pueden tampoco sofocarlo los ríos” (Cantares 8:7, RVC).
Hace 18 años que uní mi vida para siempre a la de mi mejor amigo. Pero no siempre fue así. Déjame explicarme.
No siempre pensé que mi esposo llevaría ese título: mejor amigo.
Al comienzo de nuestra relación yo pensaba de esta manera: esposo es esposo, amigos son amigos. Por alguna razón en mi mente ambas categorías estaban separadas. Veía los dos roles como algo diferente y excluyentes uno del otro.
Recuerdo que en algunas de nuestras conversaciones yo le decía que aunque nuestra relación era muy importante para mí, yo necesitaba espacio para mis amistades y que ese espacio era muy especial y no se podía invadir.
¡Qué equivocada estaba! Ahora miro atrás y me da risa. Y le doy gracias a Dios porque mi esposo fue, y es, súper paciente conmigo y no prestó mucha atención a aquellos conceptos erróneos de su joven esposa.
Verás, mi querida lectora, es cierto que cada cosa tiene su lugar y que, como dice mi abuela, el corazón es como un chicle, se estira y hay espacio para todos. Sin embargo, cuando de amistad se trata, nuestro esposo tiene que encabezar la lista. Eso no puede tener discusión.
Un amigo es alguien en quien confiamos totalmente, alguien con quien podemos llorar o reír sin pena alguna. Amigo es alguien a quien podemos contar nuestras dudas, temores, triunfos y fracasos. Amigo es aquel que cuando nos equivoquemos nos lo dirá, sin deseos de herirnos. De un amigo esperamos lealtad y sinceridad, nos sentimos seguras para ser vulnerables. ¿Estás de acuerdo? Entonces, la persona con quien vamos a compartir la vida tiene que ser antes que nada, todo esto.
Cuando los años pasan y las etapas en el matrimonio van cambiando, la amistad es la cualidad que permanecerá para siempre. Cuando ya las fuerzas falten, cuando quizá el calor físico se esté yendo y la pasión no pueda ser la misma, la amistad entre los dos les hará reír, recordar y mantenerse fuertes. La amistad es inherente al amor.
Quiero exhortarte hoy a que cultives la amistad con tu esposo. Busquen oportunidades, diarias, para conversar, para reír. ¿Qué cosas les gusta hacer juntos? Algunos disfrutan un deporte, otros el cine, quizá un juego de mesa, la cocina, etc. Sea lo que sea, busquemos oportunidades para compartir el tiempo.
Las tantas responsabilidades, los hijos, el trabajo, incluso la iglesia y el servicio a Dios, todos requieren tiempo y atención. Pero en el orden divino, en la escala humana, tenemos que dar prioridad a la relación con nuestro esposo. Eso tampoco es debatible.
Las buenas amistades se dedican tiempo. Se llaman por teléfono. Se envían notas. ¿Qué tal si hoy sorprendes a tu esposo con una llamada o una nota, aunque sea por correo electrónico? Los buenos amigos se interesan por la vida del otro. Dedica tiempo a escuchar a tu esposo. Haz preguntas que vayan más allá de “¿cómo te fue en el trabajo?” Los buenos amigos oran unos por otros. Ora por tu esposo. Pregúntale cómo puedes hacerlo y qué inquieta su corazón. Y comparte tus peticiones con él.
Cuando se conocieron, antes de ser novios, fueron amigos. Y tienen que seguir amigos para siempre. ¿Quieres un buen matrimonio? Cultiva la amistad, cuídala y dale prioridad. Dios, que diseñó nuestra vida, le da gran valor a la amistad; nos ve como amigos. Y aunque tengo muchos buenos amigos, y los quiero con el alma, el título de mejor amigo en este lado de la eternidad, sin lugar a dudas, lo tiene y tendrá por siempre mi esposo.
Bendiciones,
Wendy
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