De la Palabra de Dios:“Ahora bien, la verdadera sumisión a Dios es una gran riqueza en sí misma cuando uno está contento con lo que tiene.” (1 Timoteo 6:6, NTV).
Hice la siguiente búsqueda en Google (en inglés): “Encuestas sobre la felicidad” y salieron más de 17 mil resultados. Todo el mundo quiere encontrar la manera de ser feliz.
La Declaración de Independencia de los Estados Unidos, escrita en 1776, dice que entre los derechos inalienables de los seres humanos está “la búsqueda de la felicidad”. Así que definitivamente este asunto es tan viejo como el propio planeta.
Todos queremos ser felices, ¿no es cierto?
La gente busca felicidad en todas partes, constantemente. Cuando ciertas compañías anuncian un nuevo teléfono, la gente hace filas de días para conseguirlo. Aunque entiendo que la tecnología es una parte esencial de nuestra vida en este siglo, sé que muchos piensan que tener el último invento les hará felices. O tal vez un auto de último modelo. O quizá una casa más linda y más grande. El único problema con todas esas cosas es que en realidad solo nos hacen felices por un momento. El teléfono solo será nuevo por unos meses, hasta que la compañía que los fabrica saque otro modelo. El auto pierde su valor en cuanto sales del concesionario y deja de ser nuevo en cuanto llegue otro año y aparezcan los nuevos autos. Y la casa…bueno, lo mismo. Cuando tengas una de tantos metros cuadrados, querrás otra más grande, o que tenga mejor patio, o más terreno alrededor, etc. Pareciera que nunca estamos contentos. Y es así si pensamos que alguna de estas cosas nos puede dar felicidad y satisfacción absolutas.
En un momento de su vida el rey David entendió estas cosas. Mira lo que escribió en una de sus poesías/canciones (Salmos 131, NVI):
Señor…no busco grandezas desmedidas, ni proezas que excedan a mis fuerzas. Todo lo contrario: he calmado y aquietado mis ansias. Soy como un niño recién amamantado en el regazo de su madre. ¡Mi alma es como un niño recién amamantado! Israel, pon tu esperanza en el Señor desde ahora y para siempre.
No hay nada de malo en tratar de prosperar en la vida, en buscar “ser felices”, pero si buscamos la felicidad en las cosas o incluso en la gente, nunca lo seremos. El secreto de la verdadera felicidad está en aprender a “calmar y aquietar [nuestras] ansias” en Dios, tal y como lo enseña también el anciano apóstol Pablo en el versículo del principio.
El próximo teléfono, el auto más nuevo, o la casa mejor solo te darán un espejismo de felicidad. Lo que realmente nos hace sentirnos satisfechos, como un niño recién amamantado (y las mamás que hemos vivido la experiencia sabemos que la expresión de satisfacción en ellos es inigualable), es aprender a contentarnos con lo que tenemos, y disfrutarlo.
Hace ya tres años que mi familia y yo vivimos en nuestra casa actual. Es nuestra primera como propietarios. Si me preguntaras si reúne todo lo que yo quisiera en una casa desde el punto de vista de inmueble, tendría que decirte que no. Si me preguntas si soy feliz en ella, te digo que sí. E incluso voy más allá, como le dije a una amiga hace poco: “Si el Señor no nos concede otra y tenemos que vivir el resto de nuestros días aquí, estoy contenta”. Y lo digo de corazón.
Durante años luché mucho con esto del contentamiento. Solía decirle a mi esposo que “estar contentos donde estamos no nos llevará a ninguna parte” y cosas por el estilo. Dios me ha hecho ver, con tremendas experiencias, que si no soy feliz, si no estoy contenta ahora, tampoco lo estaré después. No es una cuestión de afuera, de las circunstancias o las cosas, es un asunto del corazón.
Esfuérzate por alcanzar tus metas, sé diligente, porque eso también lo enseña la Palabra, pero que tu meta no sea alcanzar algo que crees que te hará feliz. La verdadera felicidad no es algo sino alguien, y ese alguien es Jesús. Y en cuanto a lo material, aprende a ser feliz como Pablo, con lo que tienes. Del resto se encargará Dios. En eso consiste la vida abundante.
Bendiciones,
Wendy
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